La fiesta del Mundial: impresionante recibimiento y baño de multitudes en Madrid
La selección española, la Copa del Mundial, ya está en España. A las 3 de la tarde, el avión de la campeona del mundo aterrizaba en el aeropuerto de Barajas y para los jugadores y el cuerpo técnico comenzaba un largo día, que para algunos de ellos era todavía una continuación del de ayer. A esa misma hora, Madrid estaba atestada de gente venidas de toda la geografía española que aguardaban bajo el sol el paso del autobús con la selección o el show previsto sobre el escenario.
La agenda de los jugadores incluyó diversos actos protocolarios, ya saben, recepción con el Presidente del Gobierno, con la Casa Real, etc. Y después, un largo paseo en un autobús descapotable en el que se dieron un impresionante baño de multitudes. Tal era el número de personas que el vehículo apenas podía avanzar y todo el programa previsto se retrasó varias horas. Por eso, la fiesta posterior se hizo corta, la mayoría de los chicos ya estaban fundidos del paseo.
Apenas una hora estuvieron los jugadores de la selección española sobre el escenario, poco tiempo comparado con las más de 13 horas que se llevaron esperando los más madrugadores para coger el mejor sitio posible. Nada podemos achacar de esto al equipo, que no tuvo culpa de los retrasos ni de la ubicación escogida con el río Manzanares entre el escenario y el público. Si los primeros estaban lejos de los jugadores, imagínense lo que vería el último.
Tampoco tienen culpa de que la chusma y el famoseo que amenizó las largas horas previas invadiera el escenario y arrinconara a los jugadores para sobar y agarrar la Copa del Mundo. Llegué a pensar que habría que cortarle los brazos a Bustamante para que soltara el trofeo. Pasable fue el detalle castizo y casposo de la actuación de Manolo Escobar y su éxito ¡Que viva España!, y genial el manteo que le dieron al artista almeriense los jugadores de la selección.
Lo mejor, como era de esperar, fue Pepe Reina con el micro en las manos. El guardameta del Liverpool presentó uno a uno a sus compañeros: a San Iker, al padre Marchena, al pequeño pony Silva, a un Navas recién escapado del manicomio, a Pedrito que corre incluso cuando duerme, al espartano Arbeloa, el indio Ramos, la batuta de Xavi, lo feo que es Capdevila o lo bien que se lleva con Valdés. Al empanado de Cesc, le reservó una sorpresita especial.
Lo sacó al centro del escenario, le echó el brazo por encima, y lo placó lo suficiente para que sus dos grandes amigos Piqué y Puyol le calzaran al distraido capitán del Arsenal la camiseta del Barcelona. Fue la gran anécdota de la noche. A Fabregas, de lo más tímidos del grupo, se le escapó de azulgrana una sonrisilla que probablemente haya provocado recelos en las Islas Británicas. Grandes y únicos dentro del campo, grandes y únicos fuera de él.
Y para grande la sencillez de Vicente del Bosque. Con una mano en el bolsillo, y con su hijo Álvaro, que no se ha separado de Xavi, el técnico salmantino se mantenía en la sombra pese a que también era su momento. Podía haber respondido a todos los palos que se le han pegado antes y durante el Mundial, pero nos dio otra lección para ganarnos un partido más. Me quedo para terminar con él, y le agradezco enormemente lo que nos ha dado. Gracias Mister.
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