Wimbledon y su oído delicado
Gritar no incumple ninguna norma, eso que quede claro. La polémica que rodea la decisión de regular los estruendosos alaridos de algunas jugadoras de la WTA empieza a cansar. Últimamente, incluso se han hecho públicas las mediciones decibélicas de dichos gritos, algo que raya con la prensa rosa. Por no mencionar las hirientes declaraciones de una vieja gloria como Michael Stich, que ha hablado de dispararles para zanjar el asunto. Lamentable.
El deporte requiere un gran esfuerzo físico. En el tenis el esfuerzo no es racheado, como en fútbol, sino constante y la mayoría de los jugadores descargan ese exceso de fuerza mediante los golpes. Sin embargo, existen jugadoras de sobra conocidas que además del golpe necesitan gritar, llevadas por la inercia obviamente, para controlar dicha descarga. Es cierto que los alaridos llegan a cotas espectaculares, por lo visto incluso hasta los 110 decibelios, pero eso no tendría que dar pie a cuestionar si su existencia es beneficiosa o no para el tenis.
John McEnroe era de sobra conocido por conseguir alterar el estado mental del rival. Protestaba, llegaba tarde al resto, pedía cambios de pelotas innecesarios, tiraba su raqueta al suelo, etc. Su conducta, salvo cuando se salía completamente de madre, no transgredía ninguna norma. Desconcentrar al rival formaba parte de su juego. Todos los jugadores se quejaban, pero Wimbledon nunca se planteó cortarle las alas. Todos los jugadores tienen manías y tácticas cuando se enfrentan a sus rivales. Si las jugadoras de la WTA no pueden soportar gritos equiparables al ruido que hace un avión al aterrizar es su problema, no el de Sharapova. Boris Becker empleaba todo el tiempo posible y a veces más en sacar, desesperando a sus rivales…
En fin, considero absurda la polémica que se ha generado con los gritos de algunas jugadoras. ¿Son altísimos? Si. ¿Son constantes? Si. ¿Son legales? También.